miércoles, 11 de septiembre de 2013

La lucha espiritual

La lucha espiritual
San Isaac de Siria


“He caído, pero de nuevo me levanto;
estoy sentado en las tinieblas, pero el Señor me ilumina”
(Miqueas 7,8)


1.Continuidad de la lucha

Mientras que uno no odia de corazón y de verdad la causa del pecado, no queda liberado de la dulzura que este produce en el corazón. Tal dulzura es el poder de la lucha que se eleva contra el hombre hasta hacerlo sangrar.

Cuanto más un hombre se compromete en la lucha por Dios, tanto más se acercará a la parresía del corazón en su oración

La lucha no termina en ningún momento, ni la gracia viene toda entera de una vez a habitar en el alma, sino que se da un poco y un poco. No se da una sin la otra: hay un tiempo para la tentación y un tiempo para la consolación. Una parte de la lucha durará hasta la muerte: no esperes aquí liberarte plenamente de ella.

Este mundo es la palestra de la lucha y el estadio de la carrera, y este tiempo es el tiempo de combate. Y tanto el lugar del combate y el tiempo de la lucha no están sujetos a una ley. Esto significa que el rey no ha puesto límite a sus trabajadores, hasta que no se termine la lucha y no estén todos reunidos en el lugar del Rey de reyes. Allí será examinado aquel que ha perseverado en la batalla y no ha sido derrotado, y aquel que no ha vuelto la espalda. En efecto, cuántas veces ha sucedido que un hombre que no servía para nada, que a causa de su falta de ejercicio era constantemente golpeado y tirado a tierra, y que estaba siempre en un estado de fragilidad, ha tomado luego el estandarte del campamento de los hijos de los valientes y su nombre se ha vuelto famoso más que el de aquellos que habían sido diligentes, de aquellos que se habían distinguido, de los hábiles y de los instruidos, y ha recibido la corona y los dones más preciosos que los que recibieron sus compañeros.

Por esto, que ninguno pierda la esperanza. Sólo le aconsejo que no deje la oración ni el pedir ayuda a nuestro Señor.

Tengamos bien claro esto: durante el tiempo en que estemos en este mundo y habitemos en este cuerpo, aunque fuésemos elevados hasta los cielos, no nos será posible permanecer sin fatiga, adversidad y sin preocupaciones.
  
2. Recomenzar

Una cosa son los tropiezos y las caídas tenidas sobre el camino de la virtud y de la justicia, según la palabra de los padres: “Sobre el camino de la virtud hay caídas, cambios, violencia, ecetera”. Y otra es en cambio la muerte del alma, la completa destrucción y la desolación total.

Es así como se conoce que se está en el primer caso: cuando uno, aunque caiga, no olvida el amor del Padre; y, aunque esté cargado de culpas de todo tipo, su solicitud por las obras bellas no es interrumpida; si no se detiene en su camino; si no es negligente en afrontar nuevas batallas contra las mismas cosas por las cuales ha sido derrotado; si no se cansa de volver a empezar, cada día, a contruir desde los fundamentos de las ruinas de su edificio, teniendo sobre su boca la palabra del Profeta: “Hasta la hora en que yo deje este mundo, no te alegrarás de mí, ¡oh mi enemigo! Porque he caído, pero de nuevo me levanto; estoy sentado en las tinieblas, pero el Señor me ilumina”.(Miq 7,8)

Así, no cesará de combatir hasta la muerte. No se dará por vencido mientras que haya respiro en sus narices. Y aunque su nave naufragase cada día y los resultados obtenidos de su comercio terminaran en el abismo, no cesará de pedir prestado y cargar otras naves y navegar con esperanza. Hasta que el Señor, viendo su solicitud, tenga piedad de su ruina, diriga hacia él su misericordia y le dé un fuerte estímulo para soportar y afrontar los dardos ardientes del mal.

3. Convertir las fatigas

En las noches en que sudo, el Señor ha transformado el sudor del cansancio del trabajo sobre una tierra que hace crecer espinas y cardos, en un sudor que va mezclado con la oración.

El viento fecunda los frutos sobre la tierra y el Espíritu de Dios los frutos del alma. La ostra en la que se plasma la perla recibe su contenido a través del aire. Hasta ese momento la ostra no es más que carne desnuda. Así sucede con el corazón del monje: hasta que no recibe su contenido celeste, por medio del discernimiento, su práctica está todavía desnuda, y en él, en su ostra, no hay consolación.

Los frutos de los árboles son ásperos y desagradables al gusto, y no son buenos para comer, hasta que penetra en ellos la dulzura que le viene del sol. Así, las viejas fatigas de la conversión son amargas y muy desagradables, y no dan consolación al solitario, hasta que penetra en ellas la dulzura de la contemplación que remueve el corazón de la realidad terrena y el solitario no se olvida a sí mismo.

Las prácticas del cuerpo sin la pureza del pensamiento son un vientre estéril y unos pechos secos; no conducen al conocimiento de Dios. Algunos tienen el cuerpo cansado, pero no se preocupan en desarraigar las pasiones de sus pensamientos: tampoco ellos recogerán, ¡no recogerán absolutamente nada!

Como un hombre que siembra entre espinas y no puede cosechar nada, así es el que arruina su propia inteligencia con las preocupaciones, la ira y el deseo de amontonar riquezas y, mientras tanto, gime sobre su lecho por las muchas vigilias y abstinencias.

 Para cada obra hay una medida y para cada práctica un tiempo. Si alguien comienza antes de tiempo algo que es superior a su medida obtendrá doble daño y ninguna utilidad.

Nada es comparable a las fatigas medidas, cuando son acompañadas de fidelidad. Su falta provoca un exceso de deseo, mientras su exceso da lugar a la confusión.

 4. Discernir lo ambiguo

Hay una confianza en Dios que está acompañada de la fe del corazón y que es bella, y deriva del discernimiento del conocimiento. Y hay otra que es insípida y deriva de la necedad: esta segunda confianza es falaz.

El coraje del corazón y el hecho que uno desprecie todos los peligros, proceden de una de estas dos causas: o de la dureza del corazón o de una gran fe en Dios. De la primera es pariente el orgullo, de la segunda en cambio la humildad del corazón.

El silencio continuo y la custodia de la quietud perseveran en el hombre por una de estas tres causas: o en vista de la gloria de los hombres, o por motivo del ardor fogozo por la virtud, o porque se tiene en el interior una costumbre con Dios que atrae a sí el pensamiento. Quien no posee estas últimas dos causas, casi necesariamente se enferma de la primera.

Una conducta que no  tiene ojos es vana. Porque, a causa de su distracción, conduce fácilmente al disgusto. Ruega a nuestro Señor para que procure ojos a tu conducta. De aquí comienza a surgir para ti la alegría. Entonces, las tribulaciones serán para ti dulces como un panal de miel. De aquí econtrarás que tú reclusión es una estancia nupcial.
  
La vigilancia del discernimiento es mejor que cualquier actitud que se pueda asumir ante las varias situaciones de los hombres.

Es mejor la ayuda que viene de la vigilancia, que la ayuda que viene de las obras.

La vigilancia ayuda al hombre más que las obras. El ocio daña solo a los jóvenes, el relajamiento, en cambio, también daña a los perfectos y a los ancianos.


II. Los instrumentos de la lucha

1. El negarse a sí mismo

DISCÍPULO: ¿Qué hacemos con el cuerpo que, cuando está rodeado de desgracias, a causa de ellas la voluntad se debilita deseando de los bienes y la firmeza de otro tiempo?

MAESTRO: Esto sucede la mayoría de veces a aquellos que en parte siguen a Dios, pero en parte permanecen en el mundo. Es decir, el corazón de ellos no es todavía capaz de despegarse de aquí, y están divididos en sí mismos, ya que una vez miran tras de sí y otras veces miran hacia adelante. Pienso que el sabio amonesta a aquellos que se acercan al camino de Dios de tal modo divididos, cuando dice: “No te acerques a Él con doble corazón” (Ecl 1, 28), “sino acércate a él como quien siembra y como quien cosecha”. Y también nuestro Señor, a aquellos que quieren realizar este éxodo de modo perfecto, viendo que entre ellos hay algunos hombres como estos cuya voluntad está pronta pero cuyos pensamientos están todavía atraídos hacia atrás por el temor de las tribulaciones, causada por el amor al cuerpo, que todavía no ha despojado de sí mismo, para quitar por ello la flaqueza del pensamiento, dice: “Quién quiere venir detrás de mí, primero niéguese a sí mismo”. (Mt 16, 24)

 ¿Cuál es la negación de sí que aquí se recuerda? Es la negación de sí que sucede en el cuerpo, a imagen de aquel que, preparándose a subir sobre la cruz, toma (cf. Mt 16, 24) en sus pensamientos la inteligencia de la muerte y entonces va como uno que piensa ya no tener más parte en esta vida. Esto es lo que significa: “toma tu cruz y ven detrás de mí” (cf. Mt 16, 24). Llama cruz a la voluntad que está dispuesta a afrontar toda tribulación. Y explicando por qué ha de ser así, dice: “Quien quiera que su alma viva en este mundo, la hace morir para la vida verdadera; pero quien muere a sí mismo a causa de mí en esta vida, la reencontrará en el más allá” (Mt 16, 24). Es decir, quien dirige sus pasos sobre el camino de la crucificción, pero luego sigue siendo solícito para esta vida del cuerpo, hace que decaiga su alma de la esperanza para la cual había salido y partido.

Nuestro Señor ha puesto delante de ti la cruz para que sentencies la sentencia de muerte sobre tu alma. Y sólo entonces dejará tu alma ir detrás de él.

No hay nada que sea poderoso como el estar sin esperanza en sí mismo. Este no puede ser vencido ni por algo favorable ni por algo desfavorable. Cuando un hombre, en su pensamiento, ha abandonado la esperanza que viene de su vida, nadie podrá ser más valiente que él, y ningún enemigo podrá atacarlo, y no hay aflicción cuyo indicio podrá debilitar su inteligencia. Porque cada aflicción existente es inferior a la muerte y él ha dejado que la muerte viniese sobre sí mismo.

No hay nadie que ame algo y no busque multiplicar sus efectos. No hay nadie que busque ocuparse de las cosas divinas si no ha alejado y despreciado las temporales, haciéndose extraño a los honores del mundo y a sus dulzuras, y estrechándose al oprobio de la cruz, bebiendo cada día el vinagre y las amarguras producidas por las pasiones, los hombres, los demonios y la miseria.

 2. La renuncia

Abandona las cosas de poco valor para encontrar las preciosas. Muere en la vida y así no vivirás en la muerte. Has que tu alma muera en la solicitud, y no que viva en la condena.

No son mártires sólo los que a causa de la fe en Cristo asumen la muerte, sino también aquellos que mueren por custodiar sus mandamientos.

Por cada palabra dura que el hombre soporta con discernimiento, excepto el caso que sea él la causa de la ofensa, él recibe sobre su cabeza una corona de espinas en razón de Cristo. Y será feliz y también él será coronado en un tiempo que no conoce.
Aquel que huye de la gloria, conscientemente, experimenta en sí mismo la esperanza del mundo futuro.

Aquel que ha profesado el alejamiento del mundo y luego litiga con los hombres a causa de las cosas, para no estar impedido de hacer esto que le gusta, es completamente ciego. En efecto, ha abandonado al mundo entero voluntariamente y ahora litiga por una parte de él.

Aquel que huye de las comodidades de aquí abajo, tiene el pensamiento fijo en el mundo futuro.

Aquel que posee bienes es esclavo de las pasiones. Y no consideres bienes solo al oro y a la plata, sino todo esto que tú posees con el deseo de tu voluntad.

Si has abandonado voluntariamente la realidad entera del mundo, no disputarás con nadie por pequeñas partes de él.

El árbol, hasta que no hace caer las viejas hojas, no hace despuntar las nuevas ramas. Del mismo modo el solitario, hasta que no sacuda de su corazón sus viejos recuerdos, no hará despuntar las nuevas ramas por medio de Jesucristo.

3. Un deseo más grande
  
DISCÍPULO: ¿Cómo puede el hombre dejar completamente el mundo?

MAESTRO: Por medio del deseo suscitado por la memoria de los bienes futuros, aquellos que la divina Escritura siembra en su corazón con la dulzura de sus versículos colmados de esperanza. En efecto, el pensamiento no puede despreciar su primer amor, hasta que un deseo más excelente no se contrapone a aquellas cosas que son consideradas gloriosas y agradables, de las cuales el hombre está poseído.

Lo que cada hombre desea se lo conoce por sus obras. Él será solícito a pedir en la oración lo que está en su corazón, y aquello por lo cual ora, tendrá cuidado de manifestarlo también en las obras externas.

Quien desea inténsamente las cosas grandes, no se preocupa de las pequeñas.

Cuando en ti el amor por Cristo no es fuerte al punto de hacerte, para alegría en él, impasible a todas las aflicciones, sabed que en ti el mundo vive más que Cristo. Cuando la enfermedad, las necesidades, los tormentos del cuerpo, o el temor que viene de sus penas, turban tu pensamiento alejándolo de la alegría de tu esperanza y de la meditación límpida de nuestro Señor, sabed que en ti vive el cuerpo y no Cristo. En ti vive aquello a lo cual el amor tiene subre ti más poder.

4. La pobreza

Ama la pobreza con perseverancia, para que tu pensamiento se recoja y no esté disperso. Odia la sobreabundancia, para ser preservado de la confusión de la inteligencia. Corta con la cantidad de cosas y cuida tu conducta, para que tu alma evite disipar la quietud interior.

Si posees algo de más respecto al alimento cotidiano, “vé y dalo a los pobres, y luego ven” (cf. Mt 19,21), presenta la oración con parresia (cf. Mt 5, 23-24), es decir habla con Dios como un hijo hace con su padre.

No hay nada que acerque el corazón más a Dios que la compasión, y no hay nada que dé más paz al pensamiento que la pobreza voluntaria.

Como no es posible que la salud y la enfermedad estén al mismo tiempo en el cuerpo, sin que una de ellas sea eliminada por la otra, de igual modo no es posible que el dinero y el amor estén en una misma casa, sin que uno de estos destruya a otro.

Mientras que un hombre se encuentra en la pobreza, continuamente se eleva en su pensamiento el éxodo de la vida, en todo instante medita sobre la vida que seguirá a la resurrección, y en todo momento se prepara a realizar lo que es útil para el más allá.

Pero cuando sucede que, por alguna causa, una de las cosas transitorias cae en sus manos y él la adquiere por obra de aquel que es sabio en todas las cosas malas, inmediatamente el amor del cuerpo comienza a moverse en su alma, él piensa tener una larga vida ante sí, y los pensamientos relativos al reposo del cuerpo florecen en él en todo momento. Él cuida a su cuerpo, para que de ser posible, no sufra en nada, y se afana en todas aquellas cosas que pueden dar reposo a su cuerpo. Pero así se priva de aquella libertad que no se somete a ningún pensamiento de temor. Y por lo tanto medita y reflexiona sobre todos aquellos motivos que le producen miedo y que son causa de temor, porque él está ya privado del coraje del corazón, coraje que tenía cuando, gracias a la pobreza, se había elevado sobre el mundo.

 Ama a los pobres y gracias a ellos encontrarás misericordia

5. El recuerdo de los inicios

Cuando tú experimentas la derrota, la fragilidad, la falta de entusiasmo, y te encuentras ligado y encadenado por tu adversario en una terrible miseria y en el agotamiento que la prácitca del pecado te produce, recuerda en tu corazón el ardor de los primeros tiempos, cuando mostrabas solicitud también por las pequeñas cosas, cuando eras movido por celo contra lo que impedía tu camino, cuando sentías dolor por las pequeñas cosas por ti descuidas sin tu culpa y cuando, en razón de todo esto, ceñías la corona de la victoria.

Entonces, por medio de tales recuerdos y de otros semejantes, tu alma se despertará como del sueño, se revestirá de un ardiente celo y se elevará de su entorpecimiento como de la muerte. Se corregirá y volverá a su lugar de antes, al encendido combate contra Satanás y contra el pecado.

Tú, hombre, que has ido derás de Dios, en todo tiempo de tu lucha, recordad siempre el inicio, aquel primer ardor que fue el principio del camino, aquel pensamiento ardiente con el cual has salido de tu morada de un tiempo y con el cual tu alma fue a alinearse en el campo de batalla. Examinate a ti mismo cada día, para que no se apage el calor de tu alma hasta perder aquel ardor del cual estaba encendido. Que no te falte de ningún modo la armadura con la cual fuiste revestido al principio de tu lucha.

 Un anciano tenía escrito sobre la pared de su celda varias frases, pensamientos de distinto contenidos y palabras maravillosas y diversas sobre todos los pensamientos. Y le preguntaron: “¿Qué es esto, abba?” Él respondió: “Son los pensamietos de justicia que me son comunicados por un ángel que está junto a mí, para los rectos movimientos de la naturaleza. Yo los escribo cuando me encuentro en esta habitación, para que, en el tiempo de la tiniebla, yo me ocupe de ellos, y así me salve del error.”

6. La atención en las pequeñas cosas.
  
Quien falte en las pequeñas cosas, también en las grandes será un mentiroso y un engañador.

No rechaces las pequeñas cosas, para no ser privado de las grandes. Jamás se ha visto que un niño que aún mama la leche de su madre, coma carne. Por medio de las cosas pequeñas se abre la puerta a las grandes.

Sin cargar el fardo de las pequeñas cosas, no será posible evitar los grandes males.

Con lo cual hayas perdido los bienes, con eso mismo debes recuperarlo. ¿Tú debes a Dios una monedita? No aceptará de ti una perla en su lugar.

Esto que custodias por Dios, Dios lo custodiará para tu salvación

 7. La estabilidad y la perseverancia

Grande es el poder de una conducta pequeña, cuando está unida a la fidelidad. La blanda gota, por su fidelidad, agrieta también la dura roca.

Cada conducta que no es estable y dura poco, no da frutos.

La vida en el Espíritu requiere, en primer lugar, tiempo y fidelidad. Si, en efecto, no es posible que uno aprenda las artes del mundo sin permanecer por mucho tiempo en la fidelidad de sus comercios – y solo entonces el pensamiento capta al objeto y el modo de prácticar el arte que decidió aprender-, cuánto más esto es válido para nosotros. Si un arte visible a los ojos requiere tanto tiempo y fidelidad en el trabajo, ¡cuánto más el arte del Espíritu, que los ojos no ven, para el cual no se conoce lo que se tiene que aprender, y que necesita de una gran pureza! El maestro en esto es el Espíritu, y el arte es un arte escondido.

8. La vigilia

No pienses, hombre, que entre todas las fatigas de los ascetas haya una práctica más grande y más preciosa que la fatiga de la vigilia.

Da espacio a las fatigas de la vigilia y encontrarás que la consolación está cerca, que está en tu alma.

Prepara todo, con cada medio, a fin de que, entre el oficio de la noche y el de la mañana, tengas un tiempo para aquella meditación que es útil al crecimiento en el conocimiento divino para todos tus días. También esto es importante en la práctica de la vigilia, no creer que la vigilia consista solo en la repetición.

 El alma que se cansa en la conducta de la vigilia se volverá experta, obtendrá ojos de querubín por la fineza y agudeza de su mirada.

Yo te ruego, que seas capaz de discernir y que desees adquirir la vigilancia del Intelecto en Dios y el conocimiento de la vida nueva, de no descuidar para tu vida la conducta de la vigilia, porque por ella tus ojos serán abiertos para ver toda la gloria entera de esta práctica y el poder del camino de la justicia.

Tú careces de discernimiento si piensas que las vigilias tienen como finalidad la fatiga en sí misma y no otra cosa que por ella es generada.

El equilibrio del vientre es claramente la balanza del sueño.

 9. El ayuno

DISCÍPULO: Para aquel que ha rechazado para su alma todos los impedimentos y ha entrado el recinto de la lucha, ¿cuál es el inicio de su batalla contra el pecado?  Y ¿por donde inicia el combate?
MAESTRO: Es conocido por todos que la fatiga del ayuno precede cualquier otra lucha contra el pecado y sus deseos, sobre todo para aquel que combate el pecado que está dentro de sí. Y el signo del odio por el pecado y sus deseos, en aquellos que descienden en este combate invisible, es hecho visible  por el hecho que inician con el ayuno, seguido por la vigilia nocturan. Aquel que para toda su vida ama la costumbre del ayuno, es amigo de la castidad.

El ayuno es la morada de todas las virtudes, y quien lo desprecia pone en peligro todas las virtudes. En efecto, en el principio el primer mandamiento establece para nuestra naturaleza la prohibición de gustar un alimento, y justamente en esto cayeron nuestros antepasados. Por consiguiente los atletas del temor de Dios, cuando se disponen a la custodia de sus leyes, inician su entrenamiento justamente allí donde se produjo el primero daño.

También nuestro Salvador, después de su manifestación al mundo en el Jordán, lo inició desde aquí. En efecto está escrito: “Después que fue bautizado, el Espíritu lo hizo salir al desierto, y ayuno cuarenta días y cuarenta noches” y todos los que siguieron sus hueyas, ponen el inicio de sus luchas en este fundamento.

10. La castidad

Ama la castidad, para no ser confundido en el momento de la oración, ante quien te mueve a la batalla.

Todo gusto del Espíritu es precedido por las tribulaciones de la cruz, mientras el gusto del pecado es generado por el reposo del cuerpo. Por esta razón, en el puerto de la castidad está la contemplación del Espíriitu que purifica el intelecto, pero es el amor espiritual lo que la causa. Y ya que no se da una realidad segunda sin la causa que la precede, ni una tercera virtud sin aquella que viene antes que ésta, tú encontrarás que es en el seno de la castidad que despuntan las alas del Intelecto, por medio de las cuales éste se eleva hacia el amor divino. Aquel amor en el cual se osa escrutar la oscuridad.

Hermano mío, lava las bellezas de tu castidad con las lágrimas y el ayuno, habitando sólo contigo mismo.

11. La celda y la soledad

Permanece en tu celda, y la celda te enseñará todo.

La celda del monje, según la palabra de los padres, es la cavidad en la roca donde Dios habló con Moisés.

Muchas veces sucede durante las horas del día que si incluso a un hermano le fuesen dado todos los reinos de la tierra, no se tentaría en aquel momento de salir de su celda, ni siquiera si alguien le tocara la puerta. Es el tiempo en que pueden recibirse dones inesperados. Cuántas veces estas cosas van y vienen en los días que parecen de relajación: imprevistamente la gracia visita a aquel hermano, por medio de lágrimas sin medida; o por medio de la fuerza de una pasión que grita en el corazón; o por medio de una alegría sin razón; o por medio de la dulzura que la postración procura.

Conozco a un hermano que ya había puesto la llave en la puerta de su celda para cerrar y así salir a apacentar el viento, como dice la palabra de la Escritura, cuando de repente lo visitó la gracia e inmediatamente hizo marcha atrás.

La soledad nos hace partícipe de la mente divina y, en poco tiempo y sin obstáculos, nos acerca a la limpidez del pensamiento.

Donde quiera que tú estés, se solitario en tu inteligencia, mantente sólo y estranjero en tu corazón, y no mezclado.

En cualquier lugar que tú entres, por todos tus días, considérate un extranjero, para poder huir a los grandes males que nacen de la familiaridad.

 12. La quietud

La quietud, como ha dicho el beato Basilio - aquella lámpara que resplandece sobre toda la tierra-, es el principio de la purificación del alma. Cuando, en efecto, los miembros exteriores se aquietan del bullicio exterior, entonces la mente vuelve de su vagar, en su lugar interior,  el corazón se despierta para buscar los motivos interiores del alma.

Cuando los sentidos están circundados por una quietud que no tiene límites, y los recuerdos gracias a su ayuda envejecen, entonces percibes la naturaleza de los pensamientos del alma, de qué están hechos y de qué está hecha la naturaleza del alma, y precibimos los tesoros que están ocultos en ella.

El alma del solitario es semejante a una fuente de agua, según la semejanza empleada por los antiguos padres. En efecto, cada vez que se aquieta de todos los motivos del oído y de la vista, el solitario ve, de modo luminoso, a Dios y a sí mismo, y recoge del alma aguas limpias y dulces, que son suaves pensamientos de la firmeza.

Cuando, en cambio, se acerca a aquellos motivos, a causa del enturbiamento que de ellos recibe, el alma se hace semejante a uno que camina de noche, mientras el aire es cubierto por las nubes, y ante él no está visible ni el camino ni el sendero, y él se extravía fácilmente yendo por lugares desiertos y peligrosos. Cuando, sin embargo, se aquieta junto a su alma, como uno sobre el cual sopla un límpido viento y sobre cuya cabeza el aire se aclara, comienza de nuevo a resplandecer ante sí mismo, ve lo que él es, discierne dónde se encuentra y por dónde se le pide ir, y ve de lejos el camino de la Vida.